Descubriendo mis pasiones – Parte 1: La docencia.
Todo comenzó con mis padres, cada
año seguíamos el mismo ritual a principios de septiembre. Mi madre se encargaba
de que tuviese todo el material necesario, y no tan necesario pero vital para
una niña como yo; mis bolis de colores (morado, rosa, turquesa…) un estuche con
todo tipo de compartimentos, el nuevo
mecanismo de corrector, la carpeta de moda… Una vez llegaban los libros, los
recibía con una gran ilusión y los ojeaba entusiasmada, ¿qué cosas nuevas iba
aprender?
Era mi padre el que se sentaba
conmigo cada año y abría el libro de matemáticas por el índice para ver qué
conceptos iba a ver por primera vez a lo largo del siguiente curso. Recuerdo de
manera nítida cuando me tropecé con un elemento llamado fracción. ¿Qué era aquella
cosa tan extraña con dos números separados por una barra? El día anterior a
comenzar el tema mi padre me dio las primeras nociones sobre este concepto y
tras la explicación en clase, ya todo era coser y cantar.
Sin embargo, no le ocurrió lo
mismo a la gran mayoría de mis compañeros. Y es entonces cuando, alrededor de
los 9 años, hice mis primeros pinitos como maestra. Antes de comenzar el
siguiente día de fracciones, mis compañeros se quejaban de que no habían podido
terminar los deberes porque no entendían nada. Se lo expliqué lo más simple que
pude, tal y como me lo había enseñado mi padre el fin de semana anterior. Me miraban asombrados, como si hubiesen
descubierto todo un mundo nuevo. Aquello fue una gran sensación para mí, y el
comienzo de mi pasión por la enseñanza.
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